jueves, 24 de enero de 2013

Bradbury

Al cruzar el jardín, Douglas Spaulding rompió una tela de araña con la cara. Una línea aérea, invisible y única, le tocó la frente y se quebró en silencio.
Así, con el más sutil de los accidentes, Douglas supo que aquel día sería distinto. Sería también distinto porque, como explicaba su padre mientras lo llevaba con su hermano Tom, de diez años, fuera del pueblo, había días que eran sólo un aroma, y el mundo entero entraba y salía por la nariz. Y otros, dijo después, eran días de oír las trompas y trinos del universo. Algunos días eran buenos para gustar, y otros para tocar, y otros para todos los sentidos a la vez. Y ese día, asintió Douglas, olía como si una huerta enorme y anónima hubiera crecido de noche más allá de las colinas, cubriendo el mundo con su cálida frescura. El aire olía a lluvia, pero no había nubes. De pronto un hombre cualquiera podía reír en los bosques, pero reinaba el silencio.

Ray Bradbury, El vino del estío

2 comentarios:

Arlequin dijo...

El buen Bradbury y el amigo Douglas que todos supimos ser... Parece que te gustó.

Nicolás dijo...

Estoy en eso. El buen Bradbury no decepciona..